La guerra es de todos contra todos

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Por Agustín Perozo Barinas

La neutralidad es imposible: pues el mundo se divide, sobre todo, entre indignos e indignados, y ya sabrá cada quien de qué lado quiere o puede estar“. Eduardo Galeano

Hobbes escribió en latín: «Bellum omnium contra omnes», que presta título a este artículo. Intentar entender las motivaciones del ser humano es tarea tan laberíntica que disciplinas como la psicología, antropología, sociología, psiquiatría, lingüística, neurología, economía, etc., buscan explicarlas desde sus campos de estudio.

La perversidad es, sin dudas, la más execrable de estas motivaciones ya que el perverso hace lo mal hecho, lo sabe, lo justifica y hasta lo disfruta. De su reino mental nacen los viciosos, cizañosos, intrigantes, simuladores, chismosos, burlones, avariciosos, depredadores, incívicos, ladrones, matones, fanáticos, vesánicos, soberbios, vanidosos, crueles, indolentes, depravados, delincuentes, adulones, homicidas, glotones, egoístas, vagos, explotadores, vividores, mezquinos, cínicos, ególatras, manipuladores, violentos, abyectos, iracundos, intolerantes, injustos, cicateros, ingratos, amargados, frustrados, resentidos, envidiosos, hipócritas, deshonestos, insolidarios, infames, necios, brutos, serviles, bellacos, charlatanes, traidores, malvados y miserables: llevar la lucha por la existencia con cuernos y agudos colmillos de fiera.

Como afirmaba Nietzsche en «Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral»: …en algún apartado rincón del universo, desperdigado de innumerables y centelleantes sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales astutos inventaron el conocer. Fue el minuto más soberbio y más falaz de la Historia Universal, pero, a fin de cuentas, solo un minuto. Tras un par de respiraciones de la naturaleza, el astro se entumeció y los animales astutos tuvieron que perecer. Alguien podría inventar una fábula como esta y, sin embargo, no habría ilustrado suficientemente cuán lamentable, sombrío y efímero, cuán estéril, sin fines y arbitrario, es el aspecto que presenta el intelecto humano dentro de la naturaleza; hubo eternidades en las que no existió, cuando de nuevo se acabe todo para él, no habrá sucedido nada. Porque no hay para ese intelecto ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana.

Y continúa: …la mentira en sentido extramoral significa que el ser humano está condicionado por su modo de ver el mundo. Esto está determinado por su constitución física: por no poder conocer, el ser humano no puede conocerse ni a sí mismo. El hombre gregario, el hombre del rebaño, no quiere conocer esta verdad. Así, el autoengaño emplea las designaciones válidas, las palabras, para hacer que lo irreal parezca realidad: dice, por ejemplo, «soy rico», mientras que, para su condición, «pobre» sería precisamente la designación correcta.

Entonces, ¿quién es más tolerable? ¿Un ateo sincero o un creyente perverso? ¿En qué incide estas actitudes en cómo el mundo está al presente?

En el ateísmo no hay consecuencias en el más allá contra las malas acciones acá, pues no hay «más allá». Además, al ateo declarado le sumamos el “creyente falsario” que no cree en lo absoluto (es una pose simulada por conveniencia), por lo cual tampoco cree en castigos en «el otro mundo».

En los actos de corrupción impune de políticos, militares y empresarios es precisamente la ausencia de consecuencias lo que los permite. No solo consecuencias terrenales sino divinas. No hay límites a la perversidad, una perfecta excusa para la sentencia: «el fin justifica los medios».

¿Y cuál es el fin supremo de los perversos? La acumulación de caudales y la concentración de poder. No importa que tan grave sea la depredación humana y medioambiental. El prójimo y los ecosistemas son únicamente «medios». No hay consecuencias… no hay punición.

¿Es la perversidad fuente de progreso? Muchos de nuestros adelantos tecnológicos han sido desarrollados para la guerra, una actividad humana para conquistar, controlar, dominar, acumular.

Se ha documentado que algunos simios superiores la organizan instintivamente. Somos proclives al conflicto armado y la historia lo confirma. El adelanto tecnológico permite ventajas sobre el adversario y por ello su investigación y desarrollo es prioritario. La guerra es perversa y por ella disfrutamos los avances tecnológicos.

El mundo financiero, decididamente perverso, permite la industria, el comercio, el entretenimiento, los fármacos, las construcciones, el transporte, y un largo etcétera.

La política ha evolucionado en un entramado de perversidades. Todo lo condenable también encuentra eco aquí.

La ciencia ya rebasó los límites de lo censurable. En laboratorios bien financiados del primer mundo se avanza en robótica y biotecnologías cuyos fines aún están por verse.

Estamos rodeados por lo perverso. El temor a un más allá, con recompensa o castigo, que era, hasta cierto punto, un muro de contención a la perversidad, se está esfumando.

¿Qué decir de la justicia y sus efugios? La ética, la moral, la jurisprudencia, la lógica, el derecho… vemos a nuestro alrededor y las interrogantes se acentúan. Son como muletas de un cuerpo jurídico deformado y malogrado, perviviendo en un lóbrego entorno eterno.

¿Entonces, qué?, nos preguntamos… Dolina escribió: «El universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia donde uno no está casi en ninguna parte». Pareciera que la creación tiene preferencia por las estrellas, los escarabajos y los perversos, por su inmenso número. Recordemos a Shakespeare: «El infierno está vacío y todos los demonios están sueltos, entre nosotros».

Mientras los perversos tenga acceso y dominio sobre la alta industria, las altas esferas de los gobiernos, el gran comercio, las estructuras militares y policiales, la altas finanzas, la “alta política”, el aparato judicial, entre otras cuotas de poder y toma de decisiones, no será posible desencadenarnos.

No necesitamos caer en la letanía de las quejas de que a los buenos y piadosos les va frecuentemente, o casi siempre, mal en el mundo, y en cambio a los malos y perversos les va bien, como señaló Hegel.

Entre las hiperbólicas sonrisas de los hipócritas hay seres tan envenenados que detestan a quienes irradian fortaleza y contento y, en lugar de limitarse a alejarse de ellos, les tienden las redes, los cazan y los sepultan bajo toneladas de tierra por darse la perversa satisfacción de ver cómo muere lentamente todo aquello que odian… advirtió Caso. Para esos seres es mejor reinar en el infierno que servir en el cielo. Ese infierno del más allá no existe. El odio, la crueldad, eso es el infierno. A veces el infierno somos nosotros mismos (Milton/Lozano/Fernán).

La pandemia del Covid solo ha reforzado estos criterios compartidos por mucha gente de buena fe. En medio de la peste hemos visto mejor la cara del vestiglo aberrante.

Una sencilla advertencia sobre lo que sabemos: si lo bueno continúa disperso sin unificarse como un puño compacto y resistente, dispuesto a enfrentar y demoler este derrotero y su descarrío, es poco lo que vemos para lo que nos espera y, peor aún, a nuestra descendencia. Seguimos cediendo espacio a los perversos, que exprimen y devastan en todos los órdenes, mientras algunos protestamos, inconexos, diluidos.

Surge una pregunta: ¿dónde están en cada país los centros de unificación “antiperversidad”? Muy probable que los perversos los estén creando como una superchería. Con relacionados concientes del problema, escriba, proteste, comparta, opine, proponga. No se quede estático como una sombra paralizada. Su voz, su mente, su pensamiento, su decencia, su libertad, son armas. No las deje oxidarse ante los que nos roban el bienestar. De otro modo, podemos inferir el final de la obra… El Señor nos ampare.

Para los ateos mefistofélicos o los creyentes protervos, una inquietante cita de Dan Brown: «Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en épocas de crisis moral».

Autor del libro

«La Tríada II», en Librería Cuesta